El interior de la iglesia de Santa María de Tarrasa contiene vestigios de pinturas realizadas en época alto-medieval, que fueron cubiertas por pinturas góticas y otras realizadas en un momento indeterminado (posiblemente del XVI), todas ellas encaladas en el siglo XVII. Por otra parte, se han llevado a cabo diversas intervenciones de restauración, sobre todo durante el siglo XX. En el transcurso de las mismas se produjo la remoción del encalado, lo que permitió el descubrimiento de las pinturas góticas, que más adelante fueron arrancadas con las técnicas de stacco y strappo, y, a través de sus lagunas, de las pinturas alto-medievales.
El estado de conservación de las pinturas es fruto, por lo tanto, de la sucesión de intervenciones a lo largo del tiempo así como de la degradación natural de los materiales constituyentes de las mismas y los factores externos de deterioro. Todas las alteraciones que presentan las pinturas han sido tratadas ya en épocas anteriores. Entre ellas, cabe destacar grietas y fisuras provocadas por el movimiento de la arquitectura sustentante, oquedades y abombamientos, sales y cola oxidada, especialmente en la zona de la cúpula, repintes del siglo XX, suciedad superficial y restos de cera, debidos probablemente a la presencia de velas para actos litúrgicos.
El tratamiento se ha fundamentado en los resultados de un pormenorizado estudio de conservación del conjunto. No se ha pretendido una restauración esteticista, sino científica, de carácter arqueológico. Antes del inicio de los trabajos se eliminó el polvo y otros depósitos de la superficie mural, mediante brochas y aspiradores. A continuación, se optó por la remoción de distintos elementos añadidos en el siglo XX: lechada de cal, morteros, repintes y colas, así como de los restos de cera.
Una vez quedaron a la vista los materiales antiguos, se procedió al tendido de morteros en las faltas, previo rellenado de huecos en los casos que lo requerían, y a la reintegración cromática muy puntual en determinadas lagunas.